Todos quienes han hecho uso de la palabra en la reciente asamblea de la ONU, en representación de Estados de América Latina, han hecho hincapié en la necesidad de urgentes cambios en el organismo continental, porque ya no sirve los fines y propósitos con que fue creado sino los del dinero que proviene de sus socios, supuestamente, grandes y que se arrogan el derecho de vetar las decisiones del derecho y la razón.
Lo mismo pasa con el tema de la droga pues reclaman que se haga algo contra el consumo y, particularmente, con el lavado de dinero que, hay que decirlo, es una fuente inagotable para las finanzas de algunos gobiernos que se quieren meter donde no los llaman.
Y es que ni la Liga de las Naciones ni la Organización de Naciones Unidas se han creado con propósitos píos; todo lo contrario, siempre ha existido la intención de repartir el mundo entre dos o tres o cuatro; pero sólo aparentemente porque detrás de todos ellos está el materialismo, llámese marxista o de cualquier laya que el mal no tiene nombre ni apellido.
Por muchas buenas intenciones que haya, la ONU actual no cumple pues con las expectativas de todos los Estados, sus pueblos, sus leyes o sus aspiraciones porque ni es igualitaria, ni democrática ni persigue los objetivos de la humanidad en general. Si bien es algo que siempre se ha reclamado en el pasado, no hay duda que en las circunstancias actuales cobra diferente fuerza, por las manifestaciones callejeras tanto de indignados como de gobiernos, también indignados por la intromisión y el cinismo.
Si bien antes las esperanzas en organismos internacionales estaban más o menos fundadas; hoy ya no y es inútil esconder esta realidad, porque nos estaría llevando al autoengaño y es preciso ponerle remedio lo más pronto posible, sin entrar en al juego de fomentar el caos, tal y como algunos organismos internacionales persiguen con aparentes pías razones cuya falsedad ya no pasa desapercibida para nadie.
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