Hasta ahora, los programas de ayuda de las llamadas potencias a los países subdesarrollados o cualquier eufemismo que se use para diferenciarlos, no han sido otros que la ayuda a la corrupción.
Desde el estatus, el poder y la impunidad que se proporcionaba a: "nuestros hijos de p..." como llamaba un presidente norteamericano a los títeres de América Latina, hasta el financiamiento de los campos de concentración, la tortura y la persecución, hay un amplio abanico que incluye la compra-venta de personas, instituciones y la degeneración de algunos individuos que se prestan a la dependencia que conlleva la explotación de recursos no renovables, el control social y el sabotaje de todo proceso de crecimiento o industrialización que no esté contemplado en sus programas de ocupación.
Las historias de los países emergentes de principios de la década de los cincuenta, como Brasil, Argentina o Bolivia no son otras que la comprobación exacta de esta realidad de la cooperación internacional; que no ha sido sólo de un lado sino de ambos, es decir, de la derecha y la izquierda, porque mientras la última colaboraba o cogobernaba con su opuesta, se hacía aparecer la cuestión como una pendulación o controversia que, en los hechos, nunca existió.
La prueba del gobierno movicomunista que se sostuvo con la ayuda norteamericana táctica y económica, parece ridícula pero es la verdad dentro de nuestra aciaga historia en búsqueda de la libertad, la independencia y la soberanía.
Lo que nos lleva a pensar que sólo hay una forma de ayuda: La autoayuda; lo demás tiene precio y es ignominiosa u ominosa, por decir lo menos.
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