Las muestras de intolerancia que los delegados de los supuestos grandes hicieron gala durante el discurso de uno de los miembros de esa entidad venida a menos, no es más que la comprobación del despotismo, el abuso y el menosprecio de aquellos que han hecho de la humanidad un coto de caza.
Lo peor es que se ejecuta cuando el discurso, hipócrita, relieva el diálogo, la democracia, la fraternidad. Que no es primera vez, es más que cierto pero ya llega al cinismo que no sólo no se quiera escuchar lo que no les conviene sino que se imponga la obligación de creer en mentiras; porque eso del holocausto judío es tan controvertido como Pearl Harbor, la destrucción de las torres gemelas o el asesinato de una persona para iniciar la llamada primera guerra mundial que, al igual que otras, después se ha visto que necesita mayores y mejores explicaciones por parte de los traficantes de la guerra.
Pero no sólo los delegados de esos autodenominados grandes hacen gala de despotismo sino hasta sus cachorros, como el caso del presidente chileno que le niega a Bolivia sus derechos y reafirma la mentira de no tener cuestiones pendientes, cuando las cosas no pueden ser más claras y la Guerra del Pacífico sirvió los intereses ni siquiera de los araucanos o mapuches sino de la Corona Inglesa, porque sin ella el ejército del país vecino nunca hubiese podido hacerle frente a los soldados bolivianos y peruanos.
Así va el mundo, de despotismo en despotismo, de abuso en abuso, de intolerancia en intolerancia y todavía quieren sofisticar con que se busca la paz y la concordia. Aquí también los mayas tenían razón porque estamos viviendo el tiempo del no tiempo; que podríamos entender como el tiempo de la mentira en lugar de la verdad.
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