Desde la revolución francesa, la igualdad ha quedado como un paradigma de la sociedad; pero la realidad nos muestra que se incentiva más lo contrario y hasta las instituciones que, supuestamente, se han creado para la paz o la concordia, así lo hacen.
Es lo que vemos constantemente en la ONU, para citar un ejemplo de varios, donde los participantes ni los votos valen lo mismo y hasta se dan casos en que un miembro de los "selectos" se arroga la capacidad de vetar decisiones de los demás o, indirectamente, hacerse a los suecos en cuestiones que atañen sus intereses. Por eso es que Palestina, pese a ser un Estado anterior históricamente a Israel, no puede ser miembro pleno porque los intereses de unos pocos priman por sobre las ideologías, las filosofías o, incluso, la demagogia.
Pero no sólo ocurre ahí sino también en varios otros organismos que ya ni siquiera funcionan como instituciones internacionales de paz o libertad sino como simples arietes de los intereses monetarios y, por tanto, materiales de los países que le hacen coro al imperio. La pregunta, por tanto, es: ¿Quién cree en la bondad o las virtudes de quienes se arrogan el liderazgo del mundo? A estas alturas de la historia sería excesivamente hipócrita afirmar que los llamados "grandes" estén buscando la paz, la concordia y la fraternidad; todo lo contrario y los hechos son más fuertes que cualquier argumento; aunque la gente se deja llevar por la propaganda y las apariencias y aún ve santos donde sólo hay demonios.
Todavía los postulados de la revolución francesa y de muchas otras, están en eso: el postulado y muy lejos de hacerse realidad; porque no hay igualdad en el mundo y los peores se creen mejores en una inversión que es más que perceptible desde hace tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario