lunes, 5 de septiembre de 2011

DISTRACTIVOS

Diversos gobiernos han usado, y con éxito, simples distractivos para que la población no piense en los problemas que la politiquería crea por su irresponsabilidad e impostura; hay muchos ejemplos en el pasado inmediato que sería largo enumerarlos.
Este sistema, sin embargo, se está usando actualmente con los mismos beneficios de antes no sólo en el ámbito mundial sino también interno: Es el caso de la crisis económica y financiera que se maneja como una amenaza en contra de la población pero que cuando se quiere analizar bajo su vertiente característica y simplemente especulativa, se mira a otra parte y se acusa a la empresa pública de lo que se quiera; lo mismo está pasando en Chile donde el gobierno ha hallado un buen distractivo en un infeliz suceso aeronáutico que le permite desviar la atención de su programa neoliberal que está en crisis y espera cambios fundamentales.
Y, como si fuera poco, los traficantes de maderas preciosas en nuestro país están logrando desviar la atención sobre su sucio negocio, para hacerse defender, estúpidamente, por organizaciones seudoambientalistas que no conocen la realidad nacional, donde la explotación de madera hace décadas que se halla en auge y está deforestando bosques vírgenes y no tanto; baste citar el ejemplo de Covendo para descubrir cómo se distrae la atención con la estulticia de unas pocas personas o su servilismo al vil metal.
Lo mismo acontece con el narcotráfico, hay quienes se rasgan las vestiduras por unas hojas de coca demás pero nada hacen ni dicen de la venta de insumos, el lavado de dólares, el secreto bancario o la coresponsabilidad de importantes firmas extranjeras que hacen lo contrario de lo que públicamente pregonan. Todo es distractivo y para eso se manipulan los medios de comunicación; algo que también se distrae con la supuesta defensa de derechos de esto o aquello.
Lo que hay que advertir es que tanta culpa tiene el que distrae como el distraido y, tal vez, más el último que el primero porque no quiere darse cuenta pese a abundante evidencia que no pasa desapercibida.

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