Se habla del fin de la guerra a Libia; pero las noticias son contradictorias pues mientras se dice que los rebeldes ganan, no se sabe a ciencia cierta dónde está el Jefe de Estado.
Independientemente de cómo estén las cosas, lo que hay que preguntarse es: ¿por qué la guerra? Porque el sólo hecho de que haya sido iniciada por las llamadas potencias ni la excusa ni la justifica y hace rato que se hablaba de esa posibilidad en esas latitudes pues, la verdad, hay muchos intereses que hay que considerar; entre ellos, el agua, el petróleo, los oleoductos, la política de soberanía sobre los recursos no renovables, el sistema de gobierno diferente a la democracia de mercado y, además, que no es un país nomás sino otros de alrededor.
Puede que, a los ojos de los occidentales, las cosas no sean como quisieran y de ahí partan las razones; ¿pero dónde está, entonces, la soberanía que dicen respetar las instituciones internacionales, los Estados y sus gobernantes?
¿La crisis económica es parte de esa estrategia de guerra? ¿La ha originado de algún modo? ¿O, como afirman algunos, es la primera guerra por el agua que se da en el mundo?
Hay demasiadas, excesivas habría que decir, incógnitas a despejar para saber si la guerra es un instrumento para cambiar las cosas en beneficio de los libios o si únicamente sirve para mantenerlos en las mismas o peores circunstancias que las que viven y sufren. Ya no hay valores, instituciones, liderazgos que sean suficientes para hacernos creer la propaganda que como información se usa para excusar lo injustificable. Hoy es Libia, mañana será Siria y luego otros y otros. Quienes se alzan como líderes, potencias o lo que quieran, le deben muchas respuestas a todo el mundo y ya nada pasa tan desapercibido como desearían para tapar las conquistas de tierras, de recursos, de capitales. Antes que alegrarse por la caída de alguien hay que aguzar los sentidos.
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