Así como la felicidad se puede definir de varias maneras y conveniencias; así también ser puede hacer con la estabilidad de las naciones y no siempre reflejar la verdad.
Es lo que está sucediendo en Chile, donde sus gobernantes afirman que se está atentando en contra de la estabilidad del gobierno y la democracia y algunos le hacen coro; mientras surgen voces de sus propios pobladores que hablan que, después de Pinochet, encuentran que pueden decir sus opiniones y reflejar su realidad.
Porque lo que ha pasado casi siempre en el país vecino es que las oligarquías serviles se han sucedido en una cadena de intermediación que en nada ha beneficiado al pueblo y si ayer fueron los ingleses hoy son los norteamericanos; pero hablar de soberanía, de autenticidad, incluso, de nacionalismo es muy difícil dentro de una realidad que escapa de la verdad y de la historia.
Si la Argentina y el Brasil, supuestamente, se peleaban por ser el subimperialismo del Continente, Chile era la prenda de garantía de una servidumbre puesta a toda prueba y que en nada afectaría los intereses del imperio; pero como no hay mal que dure cien años, los chilenos empiezan a despertar y a percibir su propia realidad y, lógicamente, a rebelarse. ¿Hasta qué punto se permitirá esta rebelión que ya no sólo afecta sus campesinos o pueblos autóctonos sino también a los habitantes de las ciudades? Es algo que sólo el tiempo lo dirá pero que, ojalá, no sea una pendulación más entre represión y seudodemocracia que lo único que hace es aumentar su porcentaje de pobres y desamparados.
El imperialismo, aunque no se quiera, en lugar de luchar por el crecimiento de nuestras naciones ha hecho precisamente lo contrario por medio del control de nuestros gobernantes que han sucumbido ante el poder del materialismo que, curiosamente, se ha manejado también convenientemente para obtener los mismos fines a través de la amenaza comunista y, en este campo, Chile sí es ejemplo.
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