Hace ya bastante tiempo que la realidad no siempre es aquella cotidianeidad que vivimos sino la que nos hacen vivir. Nuestras realidades son pues diferentes no únicamente entre los pueblos del mundo sino hasta entre los individuos, las estadísticas, la propaganda y la perspectiva con que cada uno aporta.
Mientras para las estadísticas es imposible vivir con determinada cantidad de dólares o euros; nuestros campesinos, marginados o desheredados pueden vivir tranquilamente con montos que, para la economía, son insuficientes y desastrosos; pero esa su realidad tiene que ver más con la vida misma dentro de determinada sociedad que con parámetros del economicismo mundial.
También todavía en muchas de nuestras comunidades se sigue usando el canje de productos o servicios como norma económica y aunque para los analistas son formas superadas y obsoletas, la realidad nos muestra que no es así y habría que hablar de formas de relación económica que persisten en el tiempo y que no quieren recoger las estadísticas.
Hablar pues de pobreza no es retratar exactamente la realidad de algunas de nuestras sociedades porque para el consumismo en boga si no consumes no existes; mientras que para otros la existencia nada tiene que ver con el tráfico mercantil. Tratar de medir a los supuestos grandes y pequeños con los mismos raseros es un despropósito como salta a la vista entre las realidades de países "desarrollados" y "subdesarrollados" que no tienen las mismas definiciones sobre lo que es la felicidad o el bienestar. Algunos dólares o euros en la bolsa o la satisfacción espiritual sin moneda alguna, es la diferencia entre la realidad y las realidades.
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