A ciento ochenta y seis años de la declaración de la independencia nacional hay que hacer un nuevo balance y nos encontraremos con que poco ha cambiado.
En primer lugar, cuando se firmó la creación de Bolivia, con el nombre del Libertador, no estaban quienes lucharon por la independencia, es decir, los guerrilleros y se aposentaron en los palacios varios "dos caras" o simples impostores y usurpadores que, desde entonces, han manipulado nuestro destino.
En segundo lugar, si bien es cierto que Bolívar tenía algunas reticencias a la creación de la república y, por el contrario, hubiese preferido que mantuviéramos la unidad con el Río de La Plata o el Perú, no se puede desconocer que cambió de parecer y dio su bendición a la independencia porque recogía la voluntad del pueblo.
En tercer lugar, el pueblo boliviano ha sido siempre muy humilde, honesto y alejado del fasto y la vanidad y, por ello mismo, casi nunca ha reclamado un protagonismo que otros se han turnado en su detrimento.
Si hoy comparamos las cosas con ese pasado, nos encontraremos con que tampoco están en los palacios los verdaderos representantes del pueblo porque por mucha disposición que se tenga a lo autóctono o lo nacional no se puede desconocer que la nueva identidad patria es lo mestizo y no, como equivocadamente se impone, lo "indígena-originario" o cualquiera de esos sofismas en boga y que distorsionan más que representan.
En 186 años no hemos podido consolidar la patria, el Estado boliviano, la nación y es de ésto que hay condolerse en un nuevo aniversario que, por mucho que lo celebremos, no deja de tener cierto sabor amargo porque continúa la impostura; tanto de quienes se dicen "indígenas", que lo somos todos, como de quienes, para hacer reír, se sienten "europeos", como cierto "camba" que no quiere izar la "wiphala".
En todo caso hay que renovar la fe y gritar fuerte: Viva la patria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario