Desde tiempos inmemoriales la ayuda internacional siempre ha sido un instrumento de intervención en asuntos internos; ya se trate de los fenicios, los romanos o los norteamericanos, las llamadas potencias se han dado modos para entrometerse donde no los llaman por unos centavos y, de este modo, apoderarse del destino de muchos pueblos.
En Bolivia esta política se ha hecho una costumbre desde 1952, cuando la mal llamada "revolución nacional" introdujo en los propios ambientes palaciegos al Embajador del Norte que dispuso que el "libertador económico" se hiciera de la cabeza de ese movimiento sedicioso que naufragó definitivamente en su causa revolucionaria, por mucho que no tuviera una ideología definida.
Desde entonces la "ayuda" se empezó a manejar arbitrariamente y para satisfacer los bajos instintos de personas o grupos de ellas. Los campos de concentración del "doble sexenio" así como la aprehensión de opositores y las cárceles, fueron las primeras "subvenciones" que se desembolsaron para hacer ricos de la noche a la mañana a funestos personajillos de la represión y la politiquería.
Se ha continuado con una serie de organismos que se han hecho parte de la politiquería nacional aunque destinando hasta el 70% de su presupuesto a la paga de su propia planilla. Hay ejemplos sobrados en el asunto desde las cárceles, hasta la sustitución de cocales o la asesoría a los administradores de justicia u otros ministerios.
Lo revelado por los actuales ministros respecto a la marcha por el TIPNIS, es pues un asunto de vieja data y que nos empeñamos en no ver; aunque a algunos sátrapas les gusta y quisieran el usufructo.
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