Cuando la banca estaba en crisis, los Estados del mundo acudieron en su auxilio y estabilizaron eventualmente todo; hoy que los Estados están al borde del abismo, los banqueros ni se dan por enterados.
Y, como si fuese poco, con la misma ramplonería del entorno de las instituciones internacionales que, teóricamente, controlan la economía, un ex miembro del FMI acaba de anunciar campante que la solución a la crisis actual está en la subida de precios.
¡Brilllante! ¡Inobjetable! ¡Hasta divino! Y cuantas cosas más podríamos decir de semejante inteligencia y con razón tendríamos que aceptar que estamos donde estamos y como estamos. Porque la economía ha superado todas nuestras necesidades y aspiraciones y ya se maneja independientemente de lo que la humanidad requiere de la administración del hogar o del Estado y se halla al servicio del más soez materialismo y de los más bajos instintos.
Si recordamos las crisis por las que hemos atravesado en las últimas décadas del siglo pasado nos encontraremos con que todas se han solucionado por la vía más fácil:; por la de crear más pobres, más dependencia y más hambrientos y lo hemos hecho con el consentimiento de nuestros gobiernos que no han querido perder las migajas que el poder les arroja de sus bien servidas mesas, mientras el pueblo mismo no puede vencer su marginalidad y cada vez son más los miserables, los que no tienen para vivir, los que ya no tienen dónde trabajar.
Aunque no es extraño que un despistado proponga como solución de la crisis la subida de precios y consiguiente agudización de la brecha entre pobres y ricos; lo que debemos saber es qué posición asumirá el pueblo, ahora que se empiezan a ver reacciones diversas en España, Portugal, Italia, Chile, El Reino Unido y otros países. ¿Continuará la indiferencia suicida?
Si a la economía no la acompañamos de moral y de ética, no hay esperanza de recuperar el porvenir.
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