A veces, hasta mueve a risa la forma cómo se está encarando la grave crisis económica que amenaza asolar el mundo. Y es que mientras hay algunos de mal augurio que pronostican las más diversas catástrofes; hay otros que, ciegos ante la realidad, no admiten que esté pasando nada y todo sigue igual.
Pero lo cierto es que mientras no se castigue a los verdaderos culpables del conflicto, los especuladores, nada va a cambiar en el modelo de economía actualmente vigente y que se basa en la ganancia de unos cuantos y el empobrecimiento de los más; porque después de haber atravesado muchas crisis que, incluso, condicionaron la gran estafa con el cambio del patrón oro al dólar, no es raro que en plena crisis nos salgan las noticias de los incrementos de sueldos y ganancias que obtienen los banqueros y quienes, indirectamente, controlan las economías estatales con sus gobernantes incluidos. Ya para muchos es conocida la historia de lo que sucedió, por ejemplo, con la llamada privatización que obligó a determinados regímenes a acabar con la propiedad y la economía públicas y les exigió dejar todo a merced del sofisma del libre mercado que, como se demostró una vez más, es otra mentira que se maneja para que sobre las espaldas de los miserables sigan sembrando nabos los materialistas.
Lo de "roben, pero den su diezmo al partido" con que a principios de la "revolución nacional" arengara el "libertador económico", no es diferente a la exhortación de cierto presidente argentino que hizo lo mismo en su país, empezando por sí mismo. En cuestiones económicas hay pues un sistema: Oro para los ricos, látigo y hambre para los demás. Y la historia es una constatación de esta verdad, por mucho que se la quiera esconder o hacer aparecer como argucias tecnocráticas o recetas necesarias para manejar los recursos naturales de las naciones.
Hay una crisis sumamente grave; pero no por lo que se refleja en las bolsas sino en la moral; no porque puede desestabilizar los mercados sino convulsionar los pueblos; no porque no hay recursos sino porque se quiere acaparar por unos cuantos.
Aunque no se crea, la solución a la crisis económica no es una cuestión de matemáticas o estadísticas sino de valores, de filosofía, de ideología y como nadie dice nada al respecto; tenemos crisis para rato.
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