Ayer, como todo es sofistería en cuanto a tecnología en estas latitudes, tuve que buscar una vía alternativa al uso de mi propio computador, porque la falsa banda ancha no funcionaba y si algunos errores se deslizaron fue por el uso de una "laptop" no en idioma español.
Pero bueno, lo que nos trae ahora es que se anuncia una evaluación de las universidades tanto públicas como privadas, para ver si están cumpliendo su misión. Si nos redujéramos a los hechos tendríamos que admitir que los resultados son no sólo desalentadores sino alarmantes porque existe un claro detrimento en la formación profesional; unas veces porque sigue imperando el sectarismo partidista y, otras, porque hasta algunos alumnos creen que pagando es suficiente para tener el cartón.
Pero la realidad es dramática; alguna vez comentaremos una suerte de antología del disparate o el absurdo que se ha recopilado en la función docente y que, aparte de la poca disposición al estudio de los actuales universitarios, desvela también la pésima instrucción que se recibe en el ciclo primario y secundario. Se dice que una persona que sabe leer y escribir bien, tiene razonamiento lógico y sabe de cálculo mental, es hábil para la vida académica o profesional. Y aquí es precisamente donde fallan nuestros estudiantes; ni hablan, ni escriben ni leen bien el español, no razonan con lógica y en cálculo mental están perdidos. Basta esta comprobación para inferir el resultado de nuestras "superiores casas de estudio" donde la mediocridad va ganando a caballo del sectarismo partidista en la designación de catedráticos y personal administrativo o de la igualdad o la democratización del acceso a la "U", que hasta ahora ha tenido resultados nefastos en una institución que, de por sí, debiera ser sólo para los mejores; lo que no quiere decir cerrar las puertas a los demás sino encaminarlos hacia opciones de mano de obra calificada o técnica en sus distintos niveles para aprovechar mejor sus habilidades y aptitudes.
Mientras no se haga algo responsable en torno a las universidades nuestro futuro está condenado y habría que retomar viejas banderas o paradigmas, como aquel que establecía que las universidades deben hacer ciencia y crear conciencia, para ser útiles a la sociedad que las sostiene mediante subvenciones o pagos a propósito. Ni las universidades públicas deben seguir siendo refugio de politiqueros ni las privadas de simples comerciantes.
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