martes, 2 de agosto de 2011

2 DE AGOSTO

Hoy se recuerda en Bolivia la llamada "reforma agraria" que, en lo sustancial, eliminó el aparato de autoabastecimiento alimentario para crear una burguesía agroindustrial en el "Oriente" que, desde entonces, succionó el 85% de la inversión del país dejando para 8 departamentos apenas un 15% que también fueron mal repartidos.
No hay pues nada que celebrar porque si persiste el sofisma de la liberación del indio, entonces, habría que considerar como una farsa tanto lo que hiciera Barrientos, el restaurador, como Bánzer o el mismo Evo Morales que, a su tiempo e igual que Paz, se autoproclamaron líderes campesinos.
Lo malo de la situación es que algunos dirigentes impuestos por el poder del sectarismo se hicieron famosos más por sus fechorías que por sus aciertos, si es que los tuvieron, en un descrédito que no pasa y que se recuerda en las ciudades.
Lo cierto es que, en nombre de los campesinos, se han escrito muchas páginas de nuestra historia con resultados más bien ominosos que beneficiosos porque sigue siendo el sector menos atendido; tanto, que la migración no sólo es creciente sino que amenaza el porvenir de la patria porque está desertizando el área rural e introduciendo un factor de especulación inmobiliaria que no es lo que más nos conviene.
Al recordar el 2 de agosto habría pues que hacerlo valorando lo que se ha avanzado o retrocedido en la producción y productividad y los resultados, a ojos vista, no pueden ser sino desalentadores porque han pasado planes y programas y no sólo que no logramos recuperar lo que teníamos sino que no hemos construido nada a cambio; mientras el dinero gastado se ha ido en el fortalecimiento de oligarquías y logias que se turnaron en el servilismo a la embajada norteamericana con tanto ahinco que si los hubiese animado el espíritu patriótico hoy Bolivia sería completamente diferente a lo que se ve. Los campesinos, lógicamente, no son los culpables sino quienes se alzan o encumbran como sus dirigentes y en nombre de esto o lo otro no hacen más que mantenerlos en el pongueaje que, curiosamente, ha servido para tanto discurso y sofisma.
Bolivia necesita urgentemente una revolución agrícola; pero dadas las circunstancias y, paradógicamente, ya sólo puede ser el esfuerzo de los habitantes de las ciudades que, por necesidad de escapar de la civilización o buscar mejores horizontes, tienen que asumir el papel que los propios campesinos están abandonando al emigrar hacia los barrios marginales.
Y mientras esta revolución agrícola, con todos sus componentes y connotaciones, esté pendiente, estará en el limbo el futuro de Bolivia.

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