No es ninguna paradoja o contradicción que mientras los gobernantes se apresuran a ofrecer más policías o la intervención de las FFAA para detener las manifestaciones de rechazo e indignación por la situación política y económica del mundo, los padres de familia pidan educación, trabajo y esperanza.
Lo mismo en Chile, el Reino Unido, España, para citar algunos ejemplos, la cuestión no es cómo se va a reprimir las muestras de descontento sino cómo se va a enfrentar la crisis estructural que asoma por doquier. No es una simple cuestión de gases o balas sino de programas que aseguren educación, salud y trabajo, particularmente, para las generaciones jóvenes.
El problema es que, como no hay peor ciego que el que no quiere ver, los politiqueros se niegan a mirarse en el espejo y le echan la culpa al empedrado. Incluso, si se animaran a ver lo que realmente está ocurriendo con el problema monetario mundial, fácilmente pueden o deben llegar a la conclusión que es el sistema especulativo el que crea la desigualdad, la pobreza, el hambre, la falta de oportunidades; pero como no tienen la valentía suficiente para enfrentarse al gobierno de las sombras, al materialismo que los ha hecho esclavos, a la servidumbre que los tiene chantajeados por su corrupción, prefieren mirar a otra parte y dejar que las cosas empeoren.
Porque sólo eso puede suceder en el mundo con el actual sistema de acaparamiento y especulación; ya se trate de la explotación de recursos no renovables o del vil metal y por eso es que las soluciones a la crisis actual están más allá de los gobernantes, más alto que la politiquería, más cerca de la filosofía.
Porque ya no es cuestión de asegurar ganancias sino de solidaridad, ya no se trata de pequeños grupos sino de todos, ya no está implicada únicamente la materia sino el universo en su conjunto y, mientras la educación, el trabajo, la esperanza sigan siendo privilegio de pocos, estamos condenando a todos.
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