Mientras las "soluciones" al sistema especulativo de la economía se decanten por la aplicación de castigos en contra de los pobres, de los más vulnerables, la politiquería no tiene remedio.
Porque es lo que está pasando en la crítica situación actual; mientras los gobernantes se apresuran a ajustar más los cinturones de los hambrientos, a disponer menos gastos en farmacia para los enfermos o, sofísticamente, se disminuya el IVA a la compra de bienes inmuebles nuevos, como se ha dispuesto en España, por ejemplo, los culpables de la crisis de especulación, los banqueros, siguen felices y contentos y ganando hasta de las quiebras haciendo real aquel acertijo de alguien que dijera que, ahora, es más rentable quebrar un banco que crearlo.
Y es que la cuestión no es controlar mejor el gasto que, al final, no es más que una componenda entre el sector público y privado, sino atacar el tema estructuralmente, es decir, cambiar totalmente el concepto del economicismo actual y volver a recuperar la definición y la etimología de la economía de antaño que al proteger al núcleo de la sociedad, condicionaba un ambiente donde mejor podían desarrollarse las capacidades y habilidades de todos, que es lo que creó la industria y la tecnología de que se han apoderado los especuladores del mercado del dinero.
Erradicar totalmente los especuladores dio a cierto líder alemán no sólo la estabilización de su hiperinflacionaria economía sino la recuperación y el crecimiento acelerado y, hasta ahora, no se ha demostrado que exista alguna otra opción igualmente efectiva por muchas fórmulas, recetas o majaderías que manejan los "especialistas" y "entendidos" que, por medio de instituciones internacionales que funcionan como superestados, sólo han mostrado fracasos o sabotajes en las economías donde han intervenido y siguen haciéndolo para descontento popular.
Más soluciones estructurales y menos distractivos; más compromiso social y menos sectarismo, más inteligencia y menos servilismo; es lo que necesita la crisis actual para abrir una esperanza después de las amargas frustraciones que la politiquería ha ido repitiendo en el tiempo.
Lo que necesitamos es buscar los caminos reales hacia la mitigación, cuando menos, de la crisis y, para ello, es necesario no convertir las soluciones en castigos para los más desfavorecidos que son la mayoría del planeta, por mucho que, como alguien dijera respecto a América Latina, existan algunos ricos que, en estas latitudes, son también pobres.
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