Hace apenas unos pocos días, a principios de mes, el Brasil parecía una taza de leche; pero, de repente, explotó el descontento no únicamente por el alza abusiva de los pasajes del transporte público sino por una diversidad de problemas no atendidos oportunamente.
Y es que las ciudades del mundo en general, no se han construido sabiamente y, en las más de ellas, ha predominado la hipertrofia, el desarrollismo, el progresismo; las necesidades de la economía de mercado por incorporar más clientes; no de satisfacer las necesidades de la sociedad o el hombre.
Y esta crisis claro que puede repetirse en cualquier otra del planeta como ya se ve en Europa, porque la civilización misma está en falta. No porque haya seguido los lineamientos de Corbusier, que proponía la creación de ciudades para atender las necesidades de la sociedad, sino precisamente por lo contrario porque se confundió urbanismo con urbanistería, servicio a la sociedad con el privilegio de la especulación inmobiliaria y, lógicamente, tuvo que ser abandonado el modelo a fines de los 90 del siglo anterior para ser reemplazado por las ciudades sostenibles que se caracterizarían por su entorno ecológico y defensa del medio ambiente y que no se está dando en ninguna parte de Bolivia porque no hay políticos que sirvan el bien común y continúa la tara de servirse del erario nacional para enriquecerse o hacer negocios. Y es precisamente sobre la ineficiencia de los partidos que el Brasil también se levanta, lo mismo que en Portugal, España, Turquía o Francia.
Si no se corrigen las miras, las perspectivas, los objetivos, tanto de los gobernantes como de los gobernados, que suelen contentarse con "obras que entran por los ojos" y enriquecen a unos cuantos, en cualquier momento también en otras naciones de América Latina podremos ver manifestaciones como las que hoy vemos, pese al distraccionismo del fútbol comercial.
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