Clinton dijo una vez: "hay un gobierno dentro del gobierno que yo no controlo" que nos reveló, una vez más, que la "mejor democracia" del mundo no es tal ni por asomo; a tal punto, que no puede emitir su propia moneda y debe estar sujeta al capricho de una entidad privada como es la Reserva Federal.
Lo mismo sucede y sucedió en muchos lugares del mundo, en la ex URSS con el estalinismo en el poder y el socialismo en el exilio; en los denominados países bananeros o en el nuestro donde, gracias a la "gloriosa revolución nacional" y el "libertador económico", el embajador de EEUU se hizo cargo del gobierno y no lo decimos por sospechas sino por confesión del propio jefe "monolítico" que en una manifestación de mineros que reclamaban mejores salarios, les aconsejó que fueran a ver al Embajador porque era él el que gobernaba y no la coalición de partidos del MNR, el PC y el trotskismo que servían de guardia pretoriana a la intervención.
Hoy las cosas no han cambiado mucho, pese a los intentos de cambio, pues mientras los que piensan y los que no se disputan el poder, la política en general transcurre dentro de un neoliberalismo que no se ha abandonado ni hasta en las muestras de corrupción, como la adjudicación de obras públicas a parientes o asociados. Y tampoco gobiernan los cocaleros o los prestatarios de la sigla del MAS sino los seguidores de grupículos que manejan cuotas de poder.
Lo malo es que estamos comprometiendo la democracia entre serviles que no piensan y los que piensan que piensan.
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