Pese a lo que digan los especuladores y los sirvientes de la libertad de mercado, que no es más que un sofisma, ya en muchos países se va dando paso al control de precios en los lugares donde se expenden mercaderías, no sólo en los básicos sino también en otros que se consideran superfluos.
Una buena política que hay que apoyar porque la especulación hace la discriminación y condiciona el ambiente casi siempre subversivo de los pueblos que no están conformes con que se les reduzca a simple condición de compradores.
Los principales estudiosos de la economía se han cansado de demostrar que la ley de la oferta y la demanda no existe, que el mercado es imposible que se regule por sí mismo, que todo está en manos de los especuladores; ergo, hay que controlar los precios por mucho que, con ello, se ocasionen algunos otros abusos. Y lo decimos porque en el aeropuerto de El Alto pudimos ver cómo discutían el precio algunos turistas y no se cansaban de repetir que en ninguna parte del mundo tal o cual cosa costaba tanto; nuestra diversión inicial se transformó también en bronca contenida cuando, por dos mates de coca, nos cobraron 20 Bolivianos en el "dolce bocatería" del hall principal.
Y dentro de ese control de precios debe estar también el del dinero, es decir, los intereses que sólo cuando convienen al usurero provoca protestas como algunas que se escuchan ante la intención gubernamental de imponer límites.
Quizá, la primera batalla por deshacerse definitivamente del sistema económico especulativo y acaparador, sea el control de precios y, por lo menos, hay que intentarlo antes de seguir siendo víctimas de un materialismo que, más que eso, es avaricia pura y simple.
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