Una de las secuelas con que ha venido la democracia de mercado es la de los "analistas" que no sólo han brotado como hongos sino que, al parecer, no consideran ningún requisito para serlo o aparentarlo.
De ahí que tenemos más "analistas" que verdaderos personajes dedicados a tratar de interpretar una realidad que, más que todo, se hace de politiquería si no de dependencia o alienación. Porque nuestras naciones, por mucho que se diga, todavía no han salido completamente de la dependencia colonial. Si bien la más característica, la económica, se ha vencido en parte por las independencias y ya no hay vasallaje a rey alguno; no es menos cierto que la manipulación de nuestros gobernantes continúa con sus propias consecuencias económicas y de explotación. Hay muchos estudiosos del tema que coinciden en que no hemos abandonado el colonialismo del todo y si bien ya no es el rey que se queda con nuestras riquezas, existen poderes detrás de bambalinas que nos hacen pendular entre tiranías y democracias, izquierdas y derechas o períodos constitucionales o ilegales. La historia de las pasadas décadas es patética al respecto porque el poder no se encontraba en las respectivas sedes gubernamentales sino en los cuarteles, el Departamento de Estado o la Embajada.
Y son estas cosas que las más de las veces ignoran por conveniencia o por ineptitud nuestros analistas y, por consiguiente, es mejor consultar las hojas de coca, la borra del café o los naipes para saber qué puede suceder en Bolivia con la politiquería y ni aun así, tal vez, nos acerquemos a la realidad.
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