domingo, 2 de junio de 2013

DIÁLOGO, DIÁLOGO, DIÁLOGO

Este es el nuevo estribillo que se usa en la politiquería, casi siempre acompañado por bloqueos, huelgas o procesos subversivos "pacíficos".
Piden diálogo los que quieren violar la ley extendiendo los cultivos de coca, hacen lo mismo los que quieren seguir explotando el transporte público o los que quieren entrar en la universidad por la ventana, sin saber siquiera de qué se trata; incluso, hay algún purpurado que reclama diálogo mientras él mismo lanza sus invectivas en contra de los que no le gustan.
Pero así como piden diálogo, ninguno está dispuestos a sentarse en la mesa de las negociaciones porque no tiene argumentos o porque quiere que sus caprichos y sectarismo sean satisfechos; a lo más que se va es a conseguir alguna canonjía, algún privilegio, alguna ventaja.
Mientras se vocifera en las calles se cantan estribillos de diálogo o desafío pero cuando llega el momento de afrontar las consecuencias se desgarran las vestiduras porque se les aplica lo que dice la ley, por ejemplo, respecto al descuento salarial. Y es que los que arman los tumultos, los que piden diálogo, los que amenazan no son los trabajadores sino los que no trabajan, los que están en comisión, lo que no ganan salarios sino bonos, representaciones, viáticos y una serie de beneficios de holganza, como el vivir del usufructo de las cuotas sindicales que debieran usarse para reponer los descuentos en las asonadas a la ley del sentido común.
Se ha perdido la capacidad de diálogo, si antes había alguno, porque no se practica la política sino la politiquería, no el bien común sino el sectarismo, no la inteligencia sino la estupidez. Pero nunca faltarán los que pidan hablar, cuando no tienen argumentos para hacerlo y menos vergüenza para pretenderlo. Y es que cuando sólo se piden derechos pero se desconocen los deberes, no puede haber ni diálogo ni democracia.

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