Como casi siempre, uno ya no sabe si reír o llorar ante algunas propuestas, dizque, ciudadanas que hacen hincapié en la represión, antes que la prevención, o se muestran como ejemplos de estulticia o ignorancia.
Es el caso de la prohibición de canciones que, supuestamente, incitan al consumo de alcohol y que se halla en discusión en el legislativo: Si lo que se quiere es disminuir la incitación hacia cosas negativas del diario vivir; entonces, hay que prohibir toda propaganda, y con ella, la televisión, la radio y los diarios, porque están llenos de propaganda que incita al consumismo, al alcoholismo, al tabaquismo, a las perversiones sexuales, a la delincuencia y, en general, a la alienación al economicismo.
Las canciones que incitan a beber, en realidad, son escasísimas con relación a la de las fábricas, los comercios formales e informales de esa gran trama que se da detrás de industrias que, de manera directa o indirecta, incitan al consumo haciendo creer que tal o cual trago da hasta estatus y lo mismo pasa con muchas mercaderías innecesarias, superfluas y hasta atentatorias también a la salud, como es el caso de los equipos de sonido que producen cientos o miles de decibelios. Si la mentalidad represiva se impone, hay que prohibir el comercio en general o la propaganda en particular; pero la historia nos muestra que siempre es mejor prevenir; por lo tanto, hay que mejorar la educación, hay que incentivar los lazos familiares y su responsabilidad, hay que perseguir el bien común y no el partidismo, hay que innovar la propia comunicación para que deje de ser vulgar e improvisada y hay que poner reglas al consumo de tecnología indirectamente nociva o peligrosa.
En fin, hay muchas cosas que considerar, antes de prohibir nada. Aunque lo que no se puede prohibir tampoco es la estulticia de algunos simples ciudadanos o legisladores.
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