Si hiciésemos una encuesta sobre la existencia de un gobierno mundial, con seguridad que la mayoría de la gente se inclinaría porque no hay tal. Sin embargo, es cada vez más evidente que sí. Y las pruebas están en el llamado recetismo del FMI, que no se acata sólo en los países donde se asienta ese gobierno encriptado; en la cada vez más frecuente intromisión de la ONU en asuntos internos, y hasta bélicos, y que está en contra de sus estatutos y creación y en la labor muchas veces subversiva de las ONGs.
En el caso boliviano, la cuestión de la carretera entre Cochabamba-Beni, se ha convertido en la piedra de toque de la intromisión porque no sólo que se la ha desvirtuado completamente y convertido en un asunto absolutamente extraño (el TIPNIS) sino que se continúa insistiendo en esa intromisión a la que muchos se prestan por ingenuidad o ignorancia. Lo mismo pasa con las "recomendaciones" sobre la justicia; todavía no ha pasado ni un año de la elección del nuevo Órgano Judicial y ya se habla del deterioro de su administración cuando muchas nalgas ni siquiera se han acostumbrado a sus nuevos asientos y, como si fuera poco, no existe oposición seria, coherente y racional sino una simple majadería que puede estar bien para la politiquería que maneja el gobierno mundial, pero que es inconveniente a los intereses de la nación.
Para cualquier persona que se considere bien informada, la cuestión de la existencia o no de un gobierno encubierto que está poniendo a la humanidad y el planeta mismo en riesgo, es tan evidente que no necesita ni la razón griega, ni el arte latino o el cristianismo para percibir ese daño porque lo hace, precisamente, a caballo de lo que se llama la civilización occidental.
Lo malo es que echa un manto de duda sobre todo lo que el mundo cree haber conquistado para mejorar y no se presentan opciones alternativas para salir de esta crisis de materialismo ateo.
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