Desde la década de los ochenta, la sociedad se ha vuelto derechista, en regímenes teóricamente izquierdistas. Y no nos referimos a la alienación con el economicismo capitalista o la confusión socialista del marxismo sino a la posición en cuanto a derechos y deberes. Desde entonces, se reclama repetidamente y hasta con la fuerza sobre los derechos; pero no se quiere reconocer que los mismos involucran implícitamente los deberes.
Por eso es que el "sindicalismo", antes que una representación o reivindicación gremial se ha vuelto un negocio donde se juegan viáticos, cuotas, comisiones y hasta "coimisiones" y, lógicamente, no se ejerce en representación de los trabajadores o sus derechos y deberes sino en función de las ganancias que, de alguna manera, siempre caen entre quienes se han dedicado a esa profesión; porque en eso se ha convertido la "dirigencia".
Lo malo es que esta nueva forma de negociar los intereses colectivos se hace en detrimento del bien común, de la voluntad general y, finalmente y lo más preocupante, de la soberanía. Porque desde Rousseau sabemos que nuestra libertad, la delegación de parte de nuestra soberanía, implica una toma de responsabilidades que no sólo tienen que ver con la sujeción a la autoridad sino con el respeto a las leyes. Y esto último es lo que no viene ocurriendo últimamente con la posición y las acciones de varios "sindicatos" que conculcan los derechos de otros en detrimento del bien común, de la institucionalidad, del sistema de gobierno. Es lo que está aconteciendo con "arroceros", "ambientalistas" o "transportistas" que, para obtener sus fines sectarios no dudan un minuto en afectar los intereses de la colectividad, del Estado, del bien común. Y este no es el mejor ambiente para la vigencia de los derechos y deberes que dependen unos de otros.
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