Hace miles de años se usaban los venenos para deshacerse de esposas, amantes y gobernantes indeseables, después vinieron los magnicidios en diversas formas, desde Nerón hasta Kennedy. Hoy que se habla de la guerra química o bacteriológica, ¿por qué no aceptar que se atenta contra algunos con células cancerosas o bacterias incontrolables?
El tema viene a cuento por las declaraciones del presidente venezolano que abrió esa probabilidad al ver cómo varios de sus colegas aparecieron de pronto enfermos como él, cual si se tratara de una epidemia. Y es que la historia latinoamericana está salpicada con una gran serie de muertes sospechosas, desde los "suicidios" hasta las enfermedades inesperadas o las "complicaciones" postquirúrgicas que se llevaron algunos incómodos para ciertas potencias.
Cuando la dependencia era fuerte, no sólo que nuestras naciones sufrieron el azote de h. de p., al decir del mismo Roosevelt, sino que también otros pagaron sus veleidades o excesos con la muerte, la extradicción o el "ajusticiamiento" variado. Ha sucedido con militares y civiles que ya no eran necesarios a los planes de invasión o de ocupación indirecta que caracterizaron los gobiernos de América del Sur, especialmente, para proteger los intereses de las transnacionales y el sistema de explotación y expoliación en que se basa el imperio del materialismo que castiga el mundo en general.
No aceptar la posibilidad del cáncer inoculado, es más irresponsable que llamar la atención sobre ese nuevo camino de los que siempre se creyeron fuertes e impunes. Y no es cuestión tampoco de simpatías o antipatías sino de independencia.
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