Hace apenas cinco años, Cochabamba se tiñó de vergüenza cuando se enfrentaron campesinos y citadinos sin que mediara motivo fundamental alguno. La cuestión no se ha investigado suficientemente y ha quedado en el olvido con toda esa secuencia que se puede adivinar; no únicamente por las víctimas de ambos lados sino porque que quienes manipularon el sangriento episodio siguen en las sombras.
Porque nadie nos puede negar que desde la "escuela del muertito", una estrategia supuestamente marxista para defenestrar el "Estado" no ha pasado mucho y aún se intenta en varias ocasiones; también hay que sospechar que lo mismo ocurre en Yapacaní, que ayer analizábamos; aunque lo curioso o aunque no tanto es que también se use por la derecha.
Los bolivianos hemos sido pródigos en dar la sangre para que unos cuantos "vivos" se acomoden en las trincheras del poder real y se hagan ricos e impunes; ha sucedido en 1952, antes el 49, en la década de los 60, los 70 y muchas ocasiones más, hasta lo que se llama "octubre negro".Pese a esta prodigalidad la situación no cambia y nos encontramos que los mismos que mataron o hicieron matar hace décadas continúan con la estrategia achacándola al "Estado" eventual que entrecomillamos porque no es la acepción real la que se usa sino la sofistica, la que viene de la interpretación marxista de la historia; pero que, como vemos, también sirve a la derecha, confirmando los temores ciudadanos que, ambos, son lo mismo y de la misma vileza. Mientras tanto, hemos perdido gente valiosa no sólo por su formación ya consolidada sino también por las esperanzas que despertaban en sus propias familias. No hay que olvidar tampoco que la "guerra del agua" nos mostró las escenas de francotiradores que, a mansalva, hacían lo que les habían enseñado en las escuelas desperdigadas a lo largo y ancho de nuestra América Latina, como una forma de control, represión y hegemonía. ¿Hasta cuándo?
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