Pasaron las fiestas y, otra vez, hay que hacer frente al cotidiano vivir. En algunos países europeos se llama a estos primeros meses del año como la cuesta de enero o, a veces, febrero, porque tienen que pagar las cuentas de la fiesta de fin de año, donde van incluidos los regalos, las comidas, las bebidas y todo eso que el consumismo obliga a gastar para despedir un año y recibir al otro; como si fueran actos trascendentales y la experiencia enseña que no es así.
Sin embargo, este año promete ser, al menos, diferente porque muchos esperarán para ver si se cumplen o no los acontecimientos que el calendario maya ha fijado para el fin de un ciclo y el inicio de otro; aunque algunos pretenden hacer dinero incluso con estas probabilidades, lo cierto es que, nada raro, que las cosas no pasen del dramatismo que se les asigna o el temor que se quiere despertar. Finalmente, algún día todos tenemos que morir y reiniciar el ciclo de la vida, porque todavía nadie ha desmentido verazmente que no exista la reencarnación o que, simplemente, seamos un episodio en la historia sin ninguna trascendencia.
Algunos acontecimientos parecen indicarnos que las cosas en el planeta no van bien; no por la contaminación, el efecto invernadero u otros argumentos que se manejan sino, especialmente, porque nos hemos aprendido a vivir en paz y solidariamente, a compartir los recursos de la tierra y a ser menos egoístas. Y es esto lo que habría que cambiar en lugar de otras muchas que no dependen de cada uno sino de los mezquinos intereses materialistas que se manejan en la oscuridad.Aunque muchos digan que no; lo primero que hay que aprender es a vivir.
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