Hubo una vez un alcalde en Cochabamba que arrasó con el patrimonio arquitectónico e histórico del centro de la ciudad y al que la gente apodó "la topadora", que se quejaba por la "falsas calumnias" que, según él, le llegaban por su irresponsable actitud. Hoy en los medios de comunicación, especialmente televisión y radio, ya no es raro escuchar o leer en caracteres advertencias para que la gente no se deje engañar con "falsas imitaciones" o informando sobre un caso de trata, tráfico y "procelitismo" humano o la difusión de modismos importados como aquello de "trucho", cuando bien se puede decir ilegal o de contrabando, además de expresiones que mueven a la risa, cuando los presentadores o reporteros dicen: "lamentablemente no hubo víctimas" al referir un accidente o percance. También se están haciendo frecuentes absurdos lingüísticos como aquello de "clan familiar" o "hechos delincuenciales" o "receptar" u "ofertar", en lugar de hechos delictivos, recibir y ofrecer y evitar la redundancia.
Todo este abanico sólo es posible porque la gente no aprendió a leer y escribir, por mucho que venció desde la primaria hasta la universidad, pues hay cada error entre abogados, ingenieros, profesores y otros profesionales que se puede hacer una antología profusa.
Ya hace algo más de diez años, una conclusión sobre el estado de la educación en Bolivia decía bien claramente que los estudiantes "leen mal, escriben peor y no tienen razonamiento lógico"; pero, al parecer, a nadie le interesa ya que nada se ha hecho para superar estas deficiencias en las aulas escolares y, peor todavía, las universitarias donde hasta los catedráticos no conocen la gramática y las reglas básicas y pueden, con rojo, "aplasar" a sus alumnos.
Lo más lamentable es que cuando se lee apenas y lo mismo se escribe, lo que se lee no se entiende y es poco menos que imposible poner por escrito lo comprendido. Y se está haciendo un círculo vicioso.
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