A raíz del solsticio de verano del siguiente viernes, se ha dicho tanto, no se ha dicho lo suficiente y es tal la cantidad de cosas que, las más de las veces, mueve a risa.
En primer lugar, se trata de anteponer los conocimientos de los mayas a lo que, supuestamente, dice o no dice la NASA; sin tomar en cuenta que el tiempo ha dado por bien confirmados los conocimientos astronómicos de los antiguos mexicanos, que es innecesario tratar de contradecir nada con el cientificismo del mundo actual. En segundo lugar, se habla del fin del mundo; pero no se aclara que ese mundo, conjunto de lo que existe, no se refiere a la vida en el planeta y más bien anuncia el cambio, necesario y urgente, del signo de los tiempos, es decir, una muda en el concepto mismo de la vida, del planeta, del universo y del propio conocimiento, tan agobiados por los antivalores que se manejan como "modernidad" u otras sandeces; en tercer lugar, esta transformación, antes que por fenómenos telúricos o lo que fuere, debe darse en el interior de cada uno de nosotros, independientemente de que venga la noche o persista la otra del materialismo que se mantiene sobre nuestras cabezas como una espada suspendida.
La vida va a continuar; pero no igual que antes, con matanzas de niños o la explotación del hombre por el hombre, pues todos los humanos están sintiendo y urgiendo la necesidad de cambios para mejorar el planeta y hacer más viable nuestros concurso en el universo. Aunque, viendo las cosas desde otro ángulo, tampoco hay que desdeñar el humor de lo dicho o no dicho en torno a este evento natural y cíclico dentro de un cosmos que apenas conocemos.
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