Mientras para cualquier mortal las puertas de las cárceles están siempre abiertas, se vuelve a comprobar que para los corruptos de alto vuelo, siguen permaneciendo casi cerradas. Es lo que se puede inferir de la determinación de un juez que no envió a alguna penitenciaria a los acusados del último destape de corrupción. Muchas veces ésto se ha justificado por un "espíritu de cuerpo" entre miembros de la administración de la justicia, que no se limita a jueces y fiscales sino que se extiende a todos los que se hacen llamar "doctor" en Derecho, cuando sólo son licenciados.
Si releemos el Martín Fierro Hernández, veremos que en sus consejos a sus hijos, les dice que se alejen de los doctores que administran las leyes porque sólo hallarán sinsabores pues para los pobres no hay justicia. Podríamos consolarnos con esta realidad; pero no es el caso porque de alguna manera hay que encontrar una salida.
Infelizmente, esta probable solución ya no está entre los habitantes de palacios u oficinas oficiales sino entre la gente común; lo malo, es que no se puede acceder fácilmente a estas instancias porque los medios de comunicación, no todos, enredan lo que pueden las cosas para mantener esta suerte de corrupción-impunidad, en beneficio de pequeños sectores que se encuentran detrás del vil metal que lo corrompe todo.
No es pues culpa de este o aquel gobierno sino de quienes se mueven en las sombras, en los recovecos de esos mismos palacios y que, en muchos casos, son los que nos imponen los gobernantes que les convienen, aunque pensemos ilusoriamente, que son el resultado de las urnas; así se trate de la potencia del norte o del más subdesarrollado del África.
Y no es que la corrupción sea inherente al hombre; no, es la maldición que nos condena al materialismo y mantiene el planeta entero en calidad de secuestrado. Esta es la ilusión que nos hace creer en un próximo cambio de ciclo y de destino, a partir del solsticio de verano y sobre el que se tejen mil y una especulaciones y hasta supersticiones.
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