Un legislador norteamericano acaba de sugerir que, para enfrentar los repetidos actos de violencia y barbarie, los maestros lleven armas. ¡Astuta idea!
Así no sólo que se sigue fomentando el comercio del acero y la pólvora sino que se vuelve a lo mejor de la tradición del lejano oeste, donde sólo podía sobrevivir el que sacaba antes. Imagínense una escena en que un intruso ingresa en un colegio, hace el intento de sacar su revólver, su AK y tantos o su ametralladora de cientos de disparos por fracción de segundo; pero no es más veloz que el profesor que, a su vez, saca su bazooka y despatarra al violento, ante los aplausos de la barra y la afición, es decir, del alumnado,
Estos tiroteos harán feliz a más de un legislador del país del norte que verá recompensado su esfuerzo por confirmar la segunda enmienda y continuar con el negocio tradicional de la familia: las armas. Aunque en algunas naciones al sur del río Bravo, le damos una otra acepción más galante a lo del tiroteo, no hay duda que, en unos casos es aceptable y, en otros, condenable. Y, peor todavía, cuando se hace en nombre de los derechos porque, que sepamos, nadie tiene el derecho de matar a nadie por mucho que la Constitución lo diga o algún comerciante lo proponga.
Pero así estamos en la nación más civilizada del mundo que se niega a dejar la barbarie no sólo en su espacio interno sino que lleva su afición a disparar a mansalva por el resto del planeta sin más motivo que generar más ingresos a la industria de le guerra y de la muerte. Y no nos vengan con que su presidente hará algo al respecto. ¡Eso sí sería ficción!
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