viernes, 1 de agosto de 2014

TIEMPO DE MENTIRAS

Ya estamos metidos dentro del tiempo de las mentiras de la democracia de mercado; ahora es cuando los unos y los otros intentarán convencernos de sus aureolas, de su sabiduría o de su honestidad.
Para los candidatos el pueblo no tiene memoria porque no recuerda los crímenes, las violaciones o la corrupción de apenas unos años atrás y, entonces, hay que ofrecerles el mismo y maloliente plato de siempre: el de las mentiras.
Da risa, por ejemplo, que cierto candidato se pregunte qué país le estamos dejando a los bolivianos, cuando hace muy poco el mismo pretendió vender todo a precio de gallina muerta y hacía aspavientos de inteligente; lo mismo pasa con los que dicen que van a luchar por la moral y las buenas costumbres sin mirar su propia cola de paja o los oficialistas que han criticado tanto la "clase política" y se empeñan en imitarla.
Para quienes tienen el hígado suficiente para escuchar las proclamaciones, los discursetes o la propaganda, podría significar una buena veta de anecdotario de lo insólito pues los mismos sinvergüenzas de ayer, aparecen como cándidos hoy.
Tampoco faltan los ideólogos o, más específicamente, los "odiólogos" que no pierden oportunidad para hablar de sus especulaciones después de haber hecho recuento de los libros leídos, aunque no comprendidos, porque no todo es cuestión de descifrar las letras sino los contenidos; sin embargo, algunos les prestan oídos.
Lo peor que le puede suceder a un proceso de democracia es caer en las garras del mercado porque se mueve en las siempre arteras arenas movedizas de la especulación, la inmoralidad y hasta el terrorismo; pero esto es lo que tenemos de manera repetida y cada vez nos vamos olvidando más de lo que, en realidad, significa el sistema de representación y participación que es la democracia.
El tiempo de mentiras se funda, especialmente, en las reglas del mercado; que no es como uno piensa que se rige por la oferta y el consumo sino por la especulación, la avaricia y la inmoralidad; esto es lo malo porque, desde ya, es un atentado contra el sistema mismo.
Pero, al parecer, nadie se da cuenta o, incluso, nos induce a pensar que no sólo somos un pueblo desmemoriado sino masoquista y, por ende, los otros son los sádicos, los que viven de las perversiones, los inmorales total y absolutamente.

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