Basta ver cómo, especialmente, los jóvenes se encierran en sí mismos y se entregan voluntariamente al dominio de la tecnología, ya sea en los buses, las calles o donde quiera, para comprender cómo y por qué, según unos estudios, el 80% de ellos se considera un adicto, al móvil o la tecnología, es decir, un dominado.
Y, lo peor, es que lo dicen como si estuvieran orgullosos, como si alcanzaran el cielo con las manos, como si fuese lo máximo cuando, en realidad, da lástima. En cierta ocasión, en un medio de transporte, pudimos ver cómo dos jóvenes que apenas se saludaron al encontrarse, muy pronto estaban "chateando" animadamente, sentados uno junto al otro; lo único que los ligaba era la estupidez.
En cuanto empezaron a aparecer los teléfonos móviles, surgieron en la Argentina, los primeros fanáticos de su uso y, también, las primeras víctimas de accidentes mortales de tránsito porque, supuestamente, estaban demasiado ocupados en charlar. Lo curioso es que, en la mayoría de los casos, los teléfonos eran de juguete. Doble estulticia.
Ya les comentamos también cómo en cierta oportunidad un investigador universitario preguntó a una mujer, por qué se dirigía a un árbol, para establecer comunicación telepática con su marido y esta le contestó: porque no tengo teléfono. O sea que, desde hace tiempo, la tecnología, en muchos casos, en lugar de ayudar al desarrollo del ser humano ha estado contribuyendo a su decadencia o la desaparición de ciertas cualidades que la ciencia no ha podido explicar y que llama paranormales.
Lo preocupante del asunto es que hay una suerte de complicidad, por omisión o acompañamiento, a esta creciente idiotez de los jóvenes, los niños y también los adultos, pues se considera como algo fuera de serie o negativo que uno no tenga "celular" o que no participe en las "redes sociales", aunque sea para leer cosas baladíes o nada que contribuya a su formación personal.
La adicción, es decir, el dominio sobre la persona, de las drogas o cualquier otro elemento, siempre debe ser considerado como algo malo o patológico; pero ahora resulta que hasta se puede considerar un orgullo. Y se puede comprobar cómo muchos padres de familia, en lugar de exigir mayor comunicación familiar o, incluso, convivencia, prefieren comprar un celular para sus hijos y dejar que les envíen un mensaje, supuestamente, incorporándolos al mundo de la tecnología; de lo que, a su vez, se sienten orgullosos.
Si tomamos en todos sus aspectos positivos y negativos la tecnología actual, fácilmente podemos llegar a la conclusión que es más lo último que lo primero y que nos sintamos orgullosos de ello es el colmo.
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